miércoles, 17 de agosto de 2011

¿Quien lo diría?

La edad de plata, viaja lenta por el sur y por el norte buscando la mirada de cualquier mujer que muera a cada instante por la belleza del segundero que activa paso a paso el orgasmo de la vida que es el tiempo, tan corto pero tan vivo, lleno de muerte que en un segundo estalla por la eternidad del sueño de la existencia.
Hablemos del mar, hablemos de las rocas, hablemos del cosmos y de todo lo inevitable y hablemos del arte como la perra que muerde la mano de nadie, para morder su propia pata hasta mutilarla por no merecerse pertenecer a sí misma.
La vida no es, sin más, no es. Y si la vida no es, nada es y eso hace maravillosa esta mentira recubierta de mentira. Por ello no es de extrañar que esta pérfida sociedad no sea más que una metáfora enorme de un anhelo colectivo tan absurdo e inútil como la existencia, que es sin ser y siendo se crece y hace una nueva metáfora de si misma para volver a ser sin ser en un bucle de mierda que por la desgracia del vacío de la existencia de una divinidad no estalla en miles de millones de pedacitos de vacua felicidad.
¿Quien lo diría? ¿Acaso tiene el romanticismo fecha de caducidad?

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